BIENVENIDOS AL MUNDO

—¡Ay! ¡No, no, Dios mío! No, por favor, esto no me puede estar pasando a mí. — Se decía a sí misma con voz audible solo para el espejo, con las manos en el rostro.

Nota mental: esto siempre me pasa a mí, siempre estoy en el lugar equivocado, en el momento equivocado.

No sé si recuerden el día cuando aprobaron la ley 100, pues nací ese día, seguro algo tuve que ver con eso, o al menos ayudaría a definir mi destino. Cuna de oro le llaman a quienes nacemos privilegiadas económicamente, como si todo fuera la plata. No me gusta hablar mucho de mí, pero creo que la mayoría de cosas que pasan, son mi culpa. Ahora hago yoga para estar más tranquila conmigo misma.

Vivo en un país como este, más exactamente… sí, es este, el país del sagrado corazón. Mi mamá es gerente de una multinacional de perfumes (nunca se baña) y trabaja en Cerdeña, Italia; ella quería que tuviera una educación como la suya, acá, por eso vivo con mi abuela Matilde, una señora verraca del Norte de Santander que, tras la muerte de mi abuelo, se trajo a sus 8 hijos y los sacó a todos adelante. Mi mamá cree que si pudo con ocho, uno más no sería difícil; nunca me faltó nada, solo un papá, me abandonó al nacer porque no fui niño, o eso me hicieron creer.

Mamá, por un complejo de inferioridad en su infancia (siete competidores hombres), se rompió el coco para darme todo cuanto necesito, menos su presencia; cuando sea madre, si algún día lo soy, seré de esas amas de casa que se la pasan con los hijos y se les meten en sus vidas de una manera fatídica e irritante (no, mentiras).

Antes, con este historial de vida, no sé cómo no soy avarienta o atea, pero amo a Diosito; en fin, les decía, siempre estoy en el lugar y momento menos indicados; les podría contar mil y una anécdotas, tan increíbles que parecerían mentiras, pero son de verdad; falsedad hay en todo un poco, acierto o no acierto, ilógicas en su mayoría, teóricas y hasta simbolomagicorealistasubjetivamelancolicofatalistambigua, así que solo les comentaré, a través de tres pequeños viajes en el recuerdo, mi mundo.

Entremos a la máquina del recuerdo. Si bien creíamos que es un medio de transporte con adecuaciones tecnológicas futuristas, no es así, el modelo que compré para estos tres viajes es de bolsillo. Lo llamamos diario. Seguramente para cuando leas esto aún no existe. Imagina unos lentes de contacto que te permiten codificar cosas de tu pasado y llevarte allá, sí, eso, cómo la película del efecto mariposa, solo que ahí hacía referencia al multiverso, no al pasado real. Mejor déjeme llevarlos, sujétense.

Viaje 1: Bogotá, 12 de Abril, 2008

Dicen que un cigarrillo quita cinco minutos de vida 5, 4, 3, 2,1… Suena Highway to Hell, después lo arrojo al piso; ese pequeño momento de consumo te da placer por esos instantes y sólo esos minutos, prestándose para un doble significado en la vida (un quickly). Estaba en mi fiesta de quince años, 1 primavera, 2 primaveras, 3 primaveras, 4 primaveras, 5 primaveras… 15 primaveras (especiales para la mayoría). Recuerdo estar tomando el sereno de la noche con el chico que me gustaba, él se encontraba fumando, sexy, saxo, jazz de fondo en mi cabeza, sexo, quiero sexo, le dije —Como ese cigarrillo, quiero robarte el aire de tus pulmones y cinco minutos de tu vida— (mi papá debió ser poeta barato y precoz… la madre); acto seguido estaba perdiendo la virginidad debajo de una mesa del club donde hice la reserva para pasar a ser literalmente mujer, fueron 5 min, debería haber marcas de cigarrillo con ese nombre (5 min) y manejar esa doble intencionalidad, no fue tan malo; hasta ahí todo iba normal, pero comenzó a temblar (temblor de verdad), muy duro, lo suficiente para que se cayera una viga encima del chico sexy, saxo, drum and bass de fondo.

Todos nos buscaban, nos encontraron en bola; él, instantáneamente muerto con cara sonriente (al menos murió feliz); yo, bajo la mirada inquisitiva de todo el mundo. Desde ese momento tengo un fetiche, me satisface el hecho de fumar un cigarrillo, más que fumarme a un hombre.

Volvamos al presente y arranquemos de nuevo.

Viaje 2: Barranquilla, 12 de abril, 2018

Un domingo en la mañana, leyendo el Heraldo en busca de empleo (serían buenísimos unos clasificados de desempleo en internet, la gente debería trabajar por temporadas y después buscar des-emplearse). Me atrajo mucho una oferta que decía: Importante empresa exportadora, busca personal aventurero, con ganas de conocer el exterior, sin ningún tipo de inconvenientes para viajar, contratación inmediata, llamar al 3 666 666. Me pareció curioso, llamé, me alisté, me arreglé, tomé un taxi.

Llegué a unas bodegas un poco tarde por culpa del arroyo de la 43, me sentaron en medio de muchas personas, el chico del lado me dijo:

—Eche, es otra pirámide de ventas— Ojalá lo hubiera sido, creo que el anuncio debió haber dicho mejor algo así: Se necesita MULA viajera, que quiera quedar bien en el interior de un hoyo en el exterior.

Fui seleccionada y debía tomar mi decisión para contratación inmediata, mi destino sería Italia; pensé en reconectar con mamá, de Quilla al mundo, destino, destino, destino; qué palabra tan caóticamente sensual, destino, destino y el destino fue interrumpido por un operativo de la policía narcótica o de antinarcóticos… Algo así, hablaban muy rápido para mi nivel de costeñol; normalmente no te piensas estar sentada en una mesa llena de drogas al frente tuyo y un montón de policías viéndote. Me acordé de la fiesta de quince años, solo quería un cigarrillo. Ahora tengo suficiente con mi extraño fetiche, soy farmacodependiente depresiva a causa del polvo narcótico volando por todas partes. Duré seis meses en casa por cárcel.

Volvamos al presente y arranquemos de nuevo.

Viaje 3: Unos instantes antes de contarles todo esto

Retomando la nota mental: Esto siempre me pasa a mí, siempre estoy en el lugar equivocado, en el momento equivocado.

Volviendo al momento actual: —¡Ay, no! ¡No, Dios mío!  No, por favor, esto no me puede estar pasando a mí. Hace unos pocos días terminé mi periodo de prueba como cajera en un banco, hoy me estoy empoderando de mi puesto; estaba feliz hasta ahorita, ahora, enseguida, ya.

Unos locos entran al banco haciendo un escándalo, la verdad pensé que era una pega de “no me lo cambie” hasta cuando uno de ellos, a la ligera, le dispara al guardia; antes, ahora, ya estamos todos amarrados como rehenes; todos sudamos como cerdos en matadero porque apagaron la red eléctrica y con ella el aire acondicionado, qué inhumanos, hay muy malos olores (mi mamá vendería acá muchos perfumes); solo quiero un cigarrillo y una pepa de colores que me haga sentir un poco más tranquila, a decir verdad; uno de los camuflados me dice —¿Sofi? ¿Mi sofí? Sofía… se quita la máscara (nos vemos sutilmente pasivos con una mirada penetrantementescalofriantealegre) y lo recuerdo todo, sin viajar en el tiempo me trasporta al 13 de abril de… no digo qué año, porque una dama no revela su edad; era ese chico barroso con quien estuve por pesar, yo fui su primera vez y, la verdad, creía que sería la única; como estamos en horario familiar omitiré los detalles (ahora está como bueno), me levanta y me quita todo… excepto la ropa (mal pensados); me dice —hoy por mí, mañana por ti, puedes irte— El gerente y todos me miran de una manera extraña, como si pudieran con sus ojos hacerme explotar la cabeza, como si quisieran crucificarme, o si los hubiera vendido a ellos por un par de monedas, más bien.

Antes, ahora, ya estamos todos en la estación de policía, mi “amigo” preso, y yo con un historial de narcotráfico; nuevamente mi mamá me salva el pescuezo, tan bonita. Al pasar el fin de semana, mi psicóloga diagnostica que superé el trauma post-atraco; voy el día lunes al banco, al horario de siempre, diez minutos sobre la hora de ingreso; me siento en mi puesto y todos, con cara de puño, me miran intentando decir algo, todos cobardes, nadie se atreve.

Llega mi jefe con su taza de café habitual y me dice tranquilamente que estoy despedida; trámites, papeleos, más trámites y más papeleos (qué más esperaba de un banco); me llamaron para una liquidación estilo Chuck Norris, una patada en el trasero.

Tres días después de acabar con mi liquidación a punta de películas de amor, cigarros y mucho helado, salí a caminar decepcionada de la vida: me senté en una banca debajo de un palo de mango, un moto taxista frenó a mi lado y al quitarse el casco, descubro al chico barroso que ahora está evolucionado, como si esos granos lo hubieran convertido en un bollo de mazorca. Fumé, me lo fumé y me sentí bien, por primera vez quería ver un atardecer en Puerto Colombia, con la convicción de que todo estaría bien. Regresé a casa de mi abuela y descansé.

Al despertar, el día siguiente, dos mensajes en mi celular me aterrizaron a la realidad; el primero era del bollo de mazorca, decía que me debía tomar unas postday; el segundo, de mi madre, me enviaba los tiquetes después de muchos años para visitarla el festivo.

Sin meditar mucho mis decisiones me pongo en piloto automático, de pasada por el aeropuerto me compro las postday, las tomo y me subo al avión, me desconecto del mundo que me rodea por diecisiete horas; al llegar enciendo mi celular y noto más llamadas de lo común. En el chat una cantidad intensa de mensajes, pensé en mandar al chico mazorca a la friendzone.

Ingreso a la bella Italia, por Roma. Me espera un chofer con un letrero que dice Lolita, me llamo Lorena, pero mamá me dice Lolita desde niña; subo al transporte y presto atención a los mensajes recibidos, todos links de noticias, uno de ellos llama poderosamente mi atención: Laboratorio de prestigiosa marca de pastillas del día después (post day), notifica fallo en lotes; más de 15.000 unidades salen fallidas: bienvenidos al mundo. En Roma, no está permitido el aborto. 

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